Entre los griegos me presentaron a un sordomudo
y me pidieron que le impusiera las manos
Con serenidad, puse mis dedos en sus orejas
Con mi saliva toqué su lengua
y luego
mirando fijamente al cielo
murmuré
"Efatá"
y la música volvió a ingresar a su mente
y las palabras tanto tiempo cercenadas,
nuevamente brotaron de su boca.
Entonces, las multitudes dijeron admiradas:
Realmente es una Maestro
por su virtud los sordos escuchan
y nuestros hermanos mudos, han vuelo a hablar.
Todo ocurrió en la Decápolis
donde Israel había callado a sus profetas
y los gentiles se negaban a escuchar.