Falleció Claudio.
Siento que mi alegría ha recortado su vida.
y mi hermano quedó sin la suya.
Música sentada en nuestra mesa.
espacio que llamamos Espíritu.
Su muerte me lleva a los márgenes.
seres golpeados por la ausencia.
Claudio Zalazar Parra
está en su casa de lo alto,
conversando con Bach
y sus numerosos hijos,
jugando a los duendes con Satie,
bebiendo whisky de Miles Davis.
Mi amigo es millonario en discos,
platos de cocina española,
andamios y resquicios femeninos,
pequeñas y grandes mentiras,
setas, sabores de tabaco,
libros de teatro,
historias de fábricas,
certezas sobre “El Moro”,
palabras que pesan en la noche
y desnudan la esperanza.
Mi amigo es dueño de nada,
salvo de su alma,
una nota en el agua,
cristales de sol en la mañana.
Fue elegido capitán entre prisioneros
cuando el pueblo habitaba
en barcos de la bahía
y el futuro estaba prohibido,
al igual que la paz y las miradas.
Estuvo en la Base de “El Belloto”
escuchando sinfonías y sonatas,
oratorios para salir de los golpes
atado a frases de Mozart
y pasos de su madre
en la casa de Limache.
¿En qué piensas?
grita el dueño de los bandos
y aumenta su violencia,
sus embates,
su limpieza.
Prohibido huir hacia el interior,
prohibida la música,
los recuerdos,
la íntima y sucia libertad.
Mi amigo se emociona y vuelve,
se desprende un instante del verdugo,
saca un cigarro y sigue conversando.
Nuevamente el metrónomo,
pequeñas tormentas en la cordillera,
voz como instrumento,
ambición,
Eroica y el hombre de Córcega.
¿Por qué el músico nos llevó hasta allí?
Estamos en otro desayuno en la torre,
en el piso 21 de Valparaíso,
mientras los dragones cuidan las ventanas
y las princesas confían en el otoño.
Claudio, que figura en varios poemas y pasajes literarios, aparece con su pequeña estatura y sus característicos anteojos a la izquierda de la foto.
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