Anuncias un océano negro
proclamas sangre del sol en la tierra
mientras escibo sin prisa
Carlos de Rokha sobre el aire dormido
Mirada Sur
Ventana abierta.
Aapacible Recreo.
Aún la noche.
Me visiita Enrique Lihn
Trae un espejo con todas tus voces.
El recuerdo de tus llamadas
que oí en sus ojos.
La sensación de mis manos
escribiendo en el cielo.
Es cierto,
ahora eres viento
Espacio entre ojos y estrellas
Abrazo de Cielo.
Sueño tuyo.
Ángeles llorando
Sencilla vibración de esta hora.
Amanece y te vas quedando dormido.
La acción de escribir Carlos de Rokha en el aire libre es real.
El texto conversa con "Cascada de Copa" y "Elegía a Carlos de Rokha", del propio Carlos y de Enique Lihn, respectivamente.
CASCADA DE COPA
Escribid mi nombre en el libro de la noche
Donde yo anuncio la venida de un océano más negro
A la caída de los pájaros que han perdido sus alas
Sobre los follajes en que sangra el sol
Es preciso saber sonreír a cualquier precio
Ser el paseante de un bosque de árboles negros y blancos.
Las araucarias puede servirnos de puentes levadizos
O de lo contrario todo estaría perdido
Al borde de un espejo sin fondo
Donde un gran pájaro de nieve imita las cascadas
Decidme
Dónde hay una reina que devore el corazón del prisionero
Decidme
Cuántos ángeles pueden nadar en una gota de agua
Enrique Lihn
No hubo dolor en el momento justo
de oír sobre tu muerte. Fue como si tú mismo la hubieras anunciado en uno de esos absurdos llamados telefónicos que solías hacer a tus amigos:
una broma sangrienta.
Y la inocencia que, a esas horas, se volvía irritante, la cigarra de una voz chirriando
en la paja seca del día. No hubo dolor
pero sí, Carlos, la inmediata certeza
de que contigo se eclipsaba la noche
sobre el desierto de un día estable y es como si cayera
un poco de ceniza del cielo sobre tierras eriáceas.
Me he llamado a lo real. Pero qué peso insoportable
tendría ahora un guijarro sobre la palma de la mano. Todas, todas estas pobres historias
diurnas no son sino desgarradoras. Aquí, también, esta visión confusa y demasiado nítida de caras conocidas.
Si la vida no es más que una locura
lo que importan son los sueños y aún el delirio, la mentira piadosa
de las palabras en libertad arrojadas
al millar de los vientos nocturnos,
como en tu poesía: la oscuridad vidente:
palabras como brasas, balbuceos del fuego.
No hubo dolor en el momento justo
de oír sobre tu muerte. Fue como si tú mismo la hubieras anunciado en uno de esos absurdos llamados telefónicos que solías hacer a tus amigos:
una broma sangrienta.
Y la inocencia que, a esas horas, se volvía irritante, la cigarra de una voz chirriando
en la paja seca del día. No hubo dolor
pero sí, Carlos, la inmediata certeza
de que contigo se eclipsaba la noche
sobre el desierto de un día estable y es como si cayera
un poco de ceniza del cielo sobre tierras eriáceas.
Me he llamado a lo real. Pero qué peso insoportable
tendría ahora un guijarro sobre la palma de la mano. Todas, todas estas pobres historias
diurnas no son sino desgarradoras. Aquí, también, esta visión confusa y demasiado nítida de caras conocidas.
Si la vida no es más que una locura
lo que importan son los sueños y aún el delirio, la mentira piadosa
de las palabras en libertad arrojadas
al millar de los vientos nocturnos,
como en tu poesía: la oscuridad vidente:
palabras como brasas, balbuceos del fuego.