El invierno siempre pide promesas,
forma círculos con humo de tabaco,
oculta una cuchilla de plata
para rajar la seda de sus amantes,
hendir los poderosos hímenes,
limpiar los bordes de las certezas.
El invierno nunca miente,
no devuelve llamadas,
nunca besa en la frente,
jamás busca el perdón.
Cuando llega a las casas,
el deseo festeja e incendia,
venerables lámparas se apagan,
ventanas golpean y estallan
respondiendo a la fuerza del trueno.
Las amigas
y los espejos renuncian,
las viudas se inquietan,
los jardines murmuran
palabras que brillan y engañan.
En los dormitorios
se anuncia con intenso bochorno,
una extraña lentitud en las horas,
un intenso vapor en las almas,
el peso agobiante de aros y esmeraldas.
El invierno,
llamado por aciagas fantasías,
desnuda con la primera mirada,
desata humedades primitivas,
quiebra votos de esposas,
ordena estrellas fecundas,
multiplica los gritos del viento.
El invierno pasa y se extingue,
como tempestad y sueño,
como juventud y belleza.
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