Jesús y Velásquez en nuestros hogares
Los soldados me sacaron del palacio y en el camino cogieron a un tal Simón de Cirene , padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, y le obligaron a cargar con mi cruz.
Llegamos a un lugar llamado Gólgota, que traducido significa "calavera", y me dieron a beber vino mezclado con mirra; pero no quise tomarlo.
Cuando ya me habían crucificado, los soldados se repartieron mi ropa, sorteándola entre sí.
Era aproximadamente la hora tercera (nueve de la mañana).
En la cruz fijaron un título que proclamaba la causa de la ejecución: 'El rey de los judíos'.
Al propio tiempo crucificaron también a dos ladrones, uno a mi izquierda y otro a mi derecha.
La gente que pasaba por allí movía burlonamente la cabeza, me gritaba: ¡Si tú eres capaz de derribar el templo de Dios y de volver a levantarlo en tres días, sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz y sálvate!
También los principales sacerdotes y los escribas se unían a las burlas de la gente, y se decían unos a otros: ¡Ya lo estáis viendo! A otros pudo salvar, pero no puede salvarse a sí mismo.
¡En cuanto veamos que ese Cristo, Rey de Israel, desciende de la cruz, creeremos en él! Hasta los ladrones que junto a mí morían, me injuriaban.
Hacia la hora sexta (mediodía) quedó sumida la tierra en una profunda oscuridad que duró hasta la hora novena (tres de la tarde).
A esta hora clamé a gran voz: Eloí, Eloí ¿lamá sabactani? (que traducido significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
Algunos de los presentes, al oírme, pensaron que estaba llamando al profeta Elías; y un hombre corrió, empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y me dio a beber, mientras decía: ¡Vamos a ver si viene Elías a bajarlo de ahí!
Pero mi cuerpo, lanzando otro grito, entregó su espíritu.
En ese mismo instante, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, en dos partes; y el centurión que estaba frente mí, al ver cómo expiraba después de haber dado aquel grito, exclamó: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!
Entre la gente que allí se encontraba había varias mujeres que miraban de lejos todo lo que ocurría. Eran María Magdalena; María, la madre de Santiago el menor y de José; Salomé, y algunas más.
Todas ellas me habían auxiliado y servido desde mi predicación en Galilea. También había otras muchas que me habían acompañado a Jerusalén.
¿Lo notaste Gonzalo?, mi grito conduce al Salmo XXII. Mi Sacrificio fu antes poema y profecía.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan!
Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, mas no encuentro mi reposo.
Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel.
En ti nuestros padres esperaron, esperaban y tú los liberabas.
A ti clamaban y quedaban libres, su espera puesta en ti no fue fallida.
Mas yo soy un gusano y ya no un hombre los hombres de mí tienen vergüenza y el pueblo me desprecia.
Todos los que me ven, de mí se burlan, hacen muecas y mueven la cabeza:
¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!
Me has sacado del vientre de mi madre, me has confiado a sus pechos maternales.
Me entregaron a ti apenas nacido; tú eres mi Dios desde el seno materno.
No te alejes de mí, que la angustia está cerca, y no hay nadie que pueda ayudarme.
Me rodean novillos numerosos y me cercan los toros de Basán.
Amenazándome abren sus hocicos como leones que desgarran y rugen.
Yo soy como el arroyo que se escurre; todos mis huesos se han descoyuntado; mi corazón se ha vuelto como cera, dentro mis entrañas se derriten.
Mi garganta está seca como teja, y al paladar mi lengua está pegada: ya están para echarme a la sepultura.
Como perros de presa me rodean, me acorrala una banda de malvados. Han lastimado mis manos y mis pies.
Con tanto mirarme y observarme pudieron contar todos mis huesos.
Reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica la tiran a la suerte.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; ¡fuerza mía, corre a socorrerme!'
Libra tú de la espada mi alma, de las garras del can salva mi vida.
Sálvame de la boca del león, y de los cuernos del toro lo poco que soy.
Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos, te alabaré también en la asamblea.
Alaben al Señor sus servidores, todo el linaje de Jacob lo aclame, toda la raza de Israel lo tema;'
porque no ha despreciado ni ha desdeñado al pobre en su miseria, no le ha vuelto la cara y a sus invocaciones le hizo caso.
Para ti mi alabanza en la asamblea, mis votos cumpliré ante su vista.
Los pobres comerán hasta saciarse, alabarán a Dios los que lo buscan: ¡vivan sus corazones para siempre!
De Dios se acordará toda la tierra y a él se volverá; todos los pueblos, razas y naciones ante él se postrarán.
¡Rey es Dios, Señor de las naciones! Todo mortal honor le rendirá,
se agacharán al verlo los que al sepulcro van. Para Dios será sólo mi existencia.
Lo servirán mis hijos, hablarán del Señor a los que vengan,
al pueblo futuro: Que es justo, les dirán. Tal es su obra.