Llevo mi muerte en la mochila.
La piscina plástica en que jugué con mis hermanos.
Abrazos de Isidora.
Cielo de volantines.
Cierta música.
La mirada de mi madre.
Hay ángeles que beben burbujas en mi terraza.
Brillantes al jugar canasta.
Zurdos como buena primavera.
Grandes humaredas de Montecristo.
Manzana, zanahoria, betarraga.
Como todo el mundo,
uso zapatos de Inglaterra.
Rojos cual granada en mi boca.
Con ellos camino la aurora,
siento el calor de la tierra,
recuerdo a mi padre,
trepo al árbol de la conciencia.
Isidora Villar J. ayudó a crear el poema.
El texto conversa con Alejandra Pizarnik en:
Exilio
A Raúl Gustavo Aguirre
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
En la imagen, el mural de Gustav Klimt, "El Árbol de la Vida".