Tanto se unieron nuestros ojos,
que dormí contigo.
Te busque en calle imposible.
Pasaste rauda y te llamé.
Nos abrazamos hasta caer al suelo.
Barrieron nuestros cuerpos el cemento.
Sentimos las tibiezas de tu cielo.
Luego te vi al final de un pasillo.
Ventana, luz y tus senos tan firmes.
Sonríes al sentirte tan bella.
Amistad de tu cuerpo con el aire.
Tu aroma vertido en mis sueños.
Mi estrella marcando el destino.
Conversación con Quevedo en el siguiente fragmento:
[p. 149] ¡Ay, Floralba! Soñé que te… ¿Direlo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?
Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.
Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte».
Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto.
(Blecua, 337)1
La fotografía de Christian Coiigny proviene de
este sitio.