Ricardo
Cumming Dunn[1]
Su fantasma
recorre patios silentes de “Los Padres
Franceses”
Su hogar en
Victoria 303
Oriente de
la “Logia Aurora”
Sus
prósperos negocios en el puerto
Aquel
perfume hogareño del pan batido
Sesiones
secretas del “Comité Revolucionario”[2]
Flujo de
jóvenes hacia las fuerzas alzadas
Consejo de
Guerra en Valparaíso
Viento que
inunda Playa Ancha y su barrio de muerte
1891
Transporte
“Imperial”
Torpederas
“Lynch” y “Condell”
Últimas
defensas de Balmaceda en el mar
Naves
esperando a la sublevada Escuadra
Desde
Iquique llega la orden de hundirlas
Ricardo reparte
una fortuna en sobornos
Canastas
con pan esconden la dinamita
y van rumbo
a las naves
El puerto
está a punto de estallar
Pero uno de
los conjurados retrocede y confiesa
La trama de
batalla ha sido descubierta
Pronto el Ejército
apresa a los implicados
Un súbdito del Imperio Austríaco:
Nicolás Politeo, proveedor marítimo
más un contacto al interior de las naves
Pío Sepúlveda Castillo, mozo del Transporte Imperial
Un cuarto implicado se colgó en su camarote[3]
La huella del dinero mostró el camino a Ricardo
Pero nuestro hermano supo guardar silencio
Ningún otro miembro del Comité fue apresado
Una semana duró el proceso a los tres cautivos
Clemencia fue pedida y rechazada
Nuestra Cárcel Pública los vio caer fusilados
Al corazón apuntaron las armas
Julio 12 de 1891
[1] La brevedad de “consejo de guerra” y su “confesión
espontánea” son indiciarios del atropello de su derecho al debido proceso.
[2] La riqueza del salitre está en la raíz de las guerras
de 1879 y 1891 y en una serie de matanzas obreras. En 1891, la Armada, adhiriendo al bando del
Congreso, se hizo fuerte en la zona Salitrera y desde allí formó un ejército
excelentemente equipado, invadió el centro del país y derrotó al ejército
regular. La costumbre de los presidentes en ordena imponer al sucesor mediante
la intervención electoral y el fraude, jugó un relevante en el conflicto. La oposición a Balmaceda era muy amplia, pues
unía fuerzas de izquierda, centro y derecha, desde el quinceañero Luis Emilio
Recabarren, pasando por gran parte de radicales y liberales, más la plenitud de
los conservadores. La matanza de Lo Cañas, en la actual comuna de La Florida,
en que el Ejército regular abatió a 84 jóvenes montoneros y el feroz
encarnizamiento de las fuerzas del Congreso contra los derrotados en Concón y
Placilla, son las barbaridades más recordadas de aquella guerra civil.
[3] El Contramaestre del
Transporte Imperial
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