Llegamos a Jerusalén, y fui al Templo.
Comencé a echar fuera a los que se dedicaban a vender y a comprar dentro del recinto mismo.
Volqué las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los vendedores de palomas, y no permití a nadie transportar cosas por el Templo.
Luego me puse a enseñar y les dije: '¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!'
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron de lo ocurrido y pensaron deshacerse de mí, tenían miedo al ver el impacto que la enseñanza producía sobre el pueblo.
Por mi mente pasó el joven rico que renunció a seguirme y Bartimeo que renunció a su manto para unirse a mi camino; percibí las rocas y los tesoros del templo incorporándose a mi espíritu; vi una paloma salir de su cárcel y elevarse a los cielos.
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