Se adelantó un Maestro de la Ley. Había estado escuchando y estaba admirado de mi respuesta sobre la resurrección. Entonces preguntó: '¿Qué mandamiento es el primero de todos?'
Yo contesté: 'El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es un único Señor.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.
Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos.
El maestro de la Ley me contestó: 'Has hablado muy bien, Maestro; tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todas las víctimas y sacrificios.
Mi corazón notó que esta era respuesta sabia y le dije: 'No estás lejos del Reino de Dios".
Y después de esto, nadie más se atrevió a hacerme nuevas preguntas, pero el Maestro de Ley, mientras descendía por las calles de al Ciudad de la Paz, tras recorrer con su mente el Levítico , comenzó a recitar a Isaías:
¡Lávense, purifíquense! no me hagan el testigo de sus malas acciones,
dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda.
Tras recitar, el Amor irradió su luz en el espíritu del Rabí y se sintió eterno, como hombre de bien.
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