
La belleza tiene su hora.
Salió a comprar periódicos
y su oreja izquierda brincó hacia el bosque
inesperadamente
justo antes de llover.
Luego, noticias del mediodía
fueron clavos en su cuerpo.
Sangre emanó de sus manos
y ni siquiera el gran canto
pudo regresar luz a su cuerpo.
Por tres días
fue vapor y gusanos
apenas memoria de un prodigio
lucero ajeno a su cielo
apenas notas sobre papel.
Pero la muerte se hartó de ella.
No pudo aceptar su presencia.
El timbre veraz de su nombre.
La aurora llorando en su puerta.
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