Puse sobre la faz de tierra
a un hombre de lluvia
luminoso y voraz
le di trescientas mujeres
para amarlas sólo ahora
borde entre dolor y la ternura
lugar sin tiempo
ajeno a la sombra del minuto
extraño al castigo del olvido.
Furibundo:
las atrapa desnudas en senderos
las lleva y trae desde su hondura
desmayadas de deseo
lánguidas y vivaces
radiantes al interior de un silencio
gritantdo el placer de su trueno.
Y amándolas a todas
a mi me ama
y crece en el poder de mis rayos
y muere dormido en mi fuego.
Este texto conversa con Gonzalo Rojas en su gran poema:
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
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