Ayer abracé al guardia de un Tribunal
y el lunes al dueño del almacén.
No pude hacerlo con el gigantesco sacerdote negro
que encontré en mi calle.
Me detuvo su inmenso rosario
y la mirada de la anciana peliblanca
peinada con tijeras de certeza.
No pude abrazar al cuidador de autos
a infinidad de rostros anónimos
al Joyero Carlos Bechan
a la Cajera de Bimbo
al mozo que atendía en el Miramar
al taxista que conducía en silencio.
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