Soy un árbol lleno de flores.
Viento liberando mis semillas.
Niñas recogiendo granadas.
Sol abrazando mis ramas.
Soy un árbol con raíces de agua.
Ser asomado a los cielos.
Pequeño pulmón del mundo.
Reino de insectos.
Antiguo poema del viento.
Este texto conversa con Teresa Wills Montt, nacida a 800 metros de este lugar.
BELZEBUTH
Mi alma, celeste
columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en
imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de
un templo.
Mis ojos
extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo
fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa
eclipsando mi oración, es una sombra
de oro
empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa
que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga
cabellera luminosa.
Es una sombra que
mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se
abren flores rojas de pecado.
Se llama
Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja,
produciéndome calor y frío.
Se han helado mis
labios.
Mi corazón se ha
vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el
pecho.
Belzebuth. Ha
pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la
negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de
mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma
vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de
mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor,
culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la
sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego
eterno.
Belzebuth,
arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a
Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del
pecado original.
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