Ella tiene una casa y la abre a la comunidad. Allí enseña el sentido de las formas, los trabajos del espíritu sobre la luz, el betún, el óleo, las prensas.
Enseña los vínculos entre el arte y la historia y los abrazos entre imágenes, literatura y urbanismo. Nos habla de femeninas sandías y granadas. Nos muestra el dolor plasmado en rayos violetas, rojos y negros. Habla con igual cariño al sabio, al niño, al pobre y al poderoso.
Ella recibe la poesía, la acoge, la ayuda, le enseña puertas y caminos. Ella une a la gente, conecta artistas, defiende sus obras, las difunde, las expone, las conserva.
En sus salones conversamos con los más celebres creadores del país, distendidamente, con la tranquilidad que da su confianza, los juegos de su gata Trufa y su grandes ventanales sobre el pacífico.
Todo ese trabajo llena la vida y el tiempo. Significa años entregados a las artes, al pensamiento, a las emociones, a la extensión constante de la belleza, el diálogo y la cultura.
Por eso duele cuando se agrede, cuando se niega el valor del trabajo, del compromiso, de la vida entregada al espíritu humano.
Myriam Parra, los que te conocemos y hemos recibido luz de ti, los que hemos recorrido el barrio junto a ti, llevando el arte a cada casa, sabemos que eres una gran curadora, la maestra que enseña y defiende con fuerza y a costa de mucho trabajo, múltiples obras de arte, entre ellas, "Muros que Miran al Mar", la intervención urbana que tantas alegrías y tantos tragos amargos nos ha traído.
Si alguien denosta a Myriam Parra, agrede a los creadores que trabajan con ella, a su público, al arte mismo.
La fotografía proviene de La Voz de Valpo y nació de la mirada de Claudia Carreño.
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