Por un instante: pensar que todos los hijos son nuestros hijos.
Notar que están sucios los baños de sus recreos.
Sentir que aprenden poco en las aulas.
Observar sus uñas negras, sus mocos, su tristeza.
Temer que un monstruo los tome en sus brazos.
Oír que alguien los grita.
Palpar sus cuerpos fríos.
Notar que apenas unen las letras.
Saber que jamás regresarán a los libros.
Sentir que puedo ayudar a mis hijos.
Entregarles mi afecto y mis bienes.
Llevarlos de la mano a la escuela.
Defenderlos
Besarlos en la frente.
Leerles.
Escucharlos.
Colmarlos de abrazos.
Bueno: allí comienza la política.
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