El uno de enero de este año, partió para mí de una forma inesperada.
¡Papá!
¡Papá!
¡Bello se fue!
Con esas palabras, que en verdad fueron gritos, chillidos y
reflejos de lágrimas, Isidora anunció la desaparición de nuestro perro recién
adquirido, a quien enigmáticamente llamó “Bello”, pese
que se trata de un cachorro transparente de ojos, invisible de cabeza e
impalpable de rabo. En resumen:
un perro imaginario.
Bello fue su regalo principal en su reciente cumpleaños
número cinco. Se trató de un presente
ideal, largamente anhelado, económico, cariñoso, comunitario, dotado de
elevados estándares sanitarios, plenamente apto para nuestro departamento cercano
a Caleta Abarca, en Recreo, Viña del
Mar.
Sin perder la serenidad, ni dejarme llevar por la risa, y
luego de meditar en silencio, logré desentrañar el misterio y lo expliqué a
Isidora.
“Chinita” le dije -por algún idiotismo, así solemos llamar
los adultos a las niñas chilenas-ocurre
que Bello tiene menos de un mes y lo más seguro es que se asustó con los fuegos
de artificio y, como buen animal imaginario, debe haber buscado refugio entre
los reglones de algún libro, al interior
de alguna melodía o en el espacio
secreto de alguna pintura.
¿Recuerdas que en Belvedere jugamos a encontrar perros en
las obras de la Edad Media y de la Época
Barroca y que luego jugamos con ellos a las escondidas en sus laberínticos
jardines?
La niña sonrió un poco, gracias a esas explicaciones que
despertaron su memoria de juegos, arte y
viajes.
Mañana muy temprano – proseguí- buscaremos
a “Bello” en los libros de mi
velador. Iremos con Laura y con mamá.
Sólo entonces, obtuve mi vigésimo premio del día, un beso de
Isidora en mi mejilla.
La abracé, le di las buenas noches y la ayudé a dormir.
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