Es solsticio de verano.
He tomado las manos de mi esposa
y las de mi hija.
He pensado en los gallos castizos
de Violeta Parra
y en los discursos de Nicanor.
Abracé a Pía Gómez
y disfruté del cariño de Mané.
Usé los anteojos negros de Maga
y llamé a los fantasmas del solsticio
con las entrañas de un pájaro rojo.
Pronto saldré a girar en las Notarías,
irrumpir en los Juzgados,
dejar mi sello en las Intendencias,
horadar lo cierto y lo espinoso,
definir el precio de la justicia.
Tras el almuerzo,
organizaré una elección en los hospitales,
compraré tomates y espinacas,
guindas preñadas de estío,
ajíes verdes, ajos,
pimentones de un rojo perfecto,
aceite que ame los árboles,
peces cansados del agua,
locomotoras de plástico,
pequeños helicópteros de paz.
Mientras vaya camino a casa,
llamaré a mis hermanos y sobrinos,
recordaré sus rostros en otras navidades,
buscaré secretos para llenarlos de abrazos
y besar las manos de mis padres
En la tarde,
hablaré con las deidades de la India ,
pensaré en el número 27,
en Chillán,
en otros ojos azules,
en las puertas profundas del cielo.
Por la noche
iré hasta el templo de San Juan,
la música vencerá al estruendo,
el fuego envolverá mi cuerpo,
otras manos me anudarán al sol.
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