Que nadie piense en los labios del deseo
ni dibuje las heridas del invierno,
ni excluya el jueves del lívido presente.
Que nadie robe las certezas de tu sangre,
ni lleve el rubor a tu rostro,
ni guarde tu gozo en sus sueños.
Que nadie rompa tus barcos,
desnude el amor de tus trenes,
excite las nubes del cielo.
Que nadie te mire en la lluvia,
recuerde el dolor de tu cuerpo,
habite tu rabia y tu trueno.
Este texto conversa con la poeta mexicana Rocío Cerón en:
Habitación 413
Que nadie contradiga cuan abierto es el deseo
de estar así, bajo las sábanas de otoño,
mirando destejer del día a las sombras.
Que nadie ose (no mientan, no sean púdicos) decir
que en este lecho de herido no hay gozo,
lascivia, encantamiento.
Que nada irrumpa tan excelso instante, que nada evite
el contacto de la gasa sobre el cuerpo.
Que nadie venga
(¡cómo no odiar a las visitas y sus lánguidos consuelos
y su encendido morbo por la muerte!) a escuchar
la respiración atrofiada, el quejido
-una y otra vez, una y otra vez-
de dolor profundo, oculto.
Que nadie mire este despojo de hombre
-ya flor, ya hierba, ya esqueleto-
agitándose en la arista del recuerdo,
intentando guardar las mieses, el sudor,
la breve valentía de ser presa.
Que nadie roce sus labios, manos,
que nadie toque nada.
No recorran esta habitación, esta ciudad cercada,
huelan sólo la fragancia del espino.
En la imagen, proviniente de http://www.britannica.com , observamos a Orson Welles y Suzanne
Cloutier en la más célebre de las versiones fílmicas de "Otelo"
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