29 de julio de 2010

Rudolf Hess





Alejandría está a dos saltos de Berlín y de Londres,

así como el macedonio está a un paso de Federico

y del Virrey de la India.


Hay una biblioteca que tiene puertas hacia las tres

urbes, mientras los espías y los traidores

van llevando luces y engaños de un lado a otro.


Comienza el siglo de las bombas y las mujeres,

mientras el temor de los dueños

tiene el rostro de labriegos y obreros

que atacan palacios, bancos y gobiernos.


Los generales de Berlín,

los mismos que enviaron a Lenin contra el Zar,

propugnan la guerra con Francia

y la revancha de todas las revanchas.

En cambio, los camisas negras

prefieren el combate en el Este,

un espacio para repartir granjas

y acabar con los soviets,

sus empresas colectivas,

su ejército de obreros, judíos y sargentos.


Los espías rojos, azules

y pardos, comienzan su labor

de guiños y fintas,

infiltrando y dejándose infiltrar,

combatiendo y ayudando a combatir.


Los británicos tienen un hombre

en Münich, el hijo de una inglesa

radicada en Alejandría,

trabaja para la Corona

desde el año catorce

cuando dejó las islas para

volar pequeñas misiones

en las ruidosas

máquinas del infierno.


Tras el armisticio,

le ordenan unirse

a los cuerpos sombríos de Alemania,

la Sociedad de Thule,

las fuerzas de choque

contra la Joven República Soviética

de Baviera,

contra de la Democracia de Weimar,

contra bolcheviques, hebreos y masones.


Se hace amigo de Hitler

y le sigue en todas sus andanzas,

juntos intentan un golpe de estado en Münich,

fracasan y comparten la prisión,

juntos escriben “Mein Kampf”,

se convierten en dos caras

del mismo furor,

dos armas del mismo guerrero.


Derrotado en su intento

de remitir el fuego hacia Oriente,

Rudolf Hess consigue clemencia en Dunkerque

y luego tiene su jornada de oro

al definirse la operación Barbarroja,

sacando el centro de la guerra

de los cielos de Londres.


Sin embargo,

ya en la mira de la GESTAPO,

la noche siguiente al bombardeo

del Parlamento Británico,

Inglaterra necesitaba de los Nazis

un gesto de fractura,

Rudolf recibió el mensaje pactado

y tomó un bimotor Messerschmitt

- último invento de la guerra -

para pilotearlo en la oscuridad,

como buen James Bond de blanco y negro,

hasta el Palacio del Duque de Hamilton

en la fantasmal y nórdica Escocia.


En Berlín dejó una carta al Führer,

describiendo su viaje como un intento de paz

y un llamado a los atlantes arios de Albión.

Aunque reconociendo los riegos de la aventura,

permitía declararlo loco si algo salía mal.


Y así ocurrió,

la inexistente oferta de paz fue rechazada,

el pueblo Ruso tuvo que asumir

la sangre y el esfuerzo de la batalla

y el gran agente Rudolf

pagó con 40 años de prisión y drogas

sus servicios ocultos al Monarca.


Aunque un informe médico

dice que el hombre de Spandau

fue un doble, un amnésico

con el cerebro lavado por los fármacos,

aislado de la familia y del mundo,

encerrado en su vacío,

asesinado en su exclusiva celda,

último prisionero

de su propia guerra.





La imagen proviene de este sitio. En la foto se aprecia como Hess, organizador de los Juegos Olímpicos de 1936, acompaña a Hitler al estadio.

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