10 de enero de 2009
Epifanía en ocho de enero.
Isidora está hermosa. Salta conmigo en el agua, se sumerge , bucea abrazada a mi, se desplaza agarrada a mi cuello, nada pequeños tramos buscando a su padre.
La niña sale de la piscina y con los brazos pide volver al agua.
Regreso al trabajo. Hablo y hablo por teléfono. Preparo las audiencias del día siguiente en Santiago. Me preparo para ver una obra de teatro por la noche, una costumbre que he abandonado con la paternidad. Viajo a las 17.40, cansado, con un fuerte dolor de espalda. Afortunadamente duermo limpiamente en el bus.
Camino desde el Terminal al Teatro. Fatal. La obra escogida, pese a estar anunciada en la página de Santiago a Mil, no tiene entradas en venta porque es su día de estreno. La producción promete hacer entrar a los que llegamos a comprar boletos, aunque tengamos que quedar en los pasillos.
Lo pienso, lo pienso. En definitiva me marcho. Con el maletín lleno de carpetas. Con los pantalones demasiado anchos luego de perder 17 kilos. Con ganas de tener listo mi cuarto de hotel.
El Metro me deja en Bellas Artes. Cerca del pequeño hotel Kapital, en que ya había pernoctado dos veces antes.
Me dicen que habrá un cuarto en una hora. Aprovecho el lapso para ir al teatro y cenar. Afortunadamente hay una función a las 23.30 en Lastarria.
Para saciar el hambre elijo el Opera. El tártaro de corvina está delicioso. Sin embargo, lo acompaña una palta inmadura. Los postres y el tequila están muy ricos. El cognac estuvo demás.
A mi izquierda están unos novios que todo el rato hablan por teléfono. Han ido a ver una película a una sala especial para pocas personas. Es la noche en que se han comprometido. Quieren casarse en Viña porque allí el rabino es menos exigente. Me piden que les tome una foto que recuerde la noche.
A mi derecha un grupo de doctoras celebra el cumpleaños de la última en llegar. La madre de una niña inquieta. Tiene unos dos años y ama su chupete. En aquella mesa se habla de hospitales y hombres. La cumpleañera me recuerda a Alma.
Esta noche, todos los rincones del barrio me hablan. Miro un lugar en que me llené de ira. Allí ya no hay mesa. Mi mente teme que aquella mala energía haya quedado rondando, hilvanando enojos entre los comensales del R.
Están también muchos otros lugares con momentos felices. Con cenas en el patio, en el subterráneo, con preámbulos del amor.
Llego por fin a la obra. Un actor de telenovelas me recuerda los largos meses que vimos Lola junto a AB. Hay unas brujas cortando tela. El público esta de pie. Busco un lugar en el suelo. Inevitablemente me duermo. Alguien me avisa que la obra ha terminado.
Llego al hotel y duermo con sobresaltos. De pronto llega un tipo a esperar a su amante. Se sienta en mi cama. Por qué diablos lo habrán enviado a mi habitación?.
Luego llega una pareja de muchachas. Se ponen tristes. Una de ellas llora en el jacuzzi. Usa anteojos.
Casi en la mañana llega una hermosa mujer junto a su jefe. Ella lo llena de elogios por su prestancia. Él se marcha con prisa.
Me doy cuenta que son sueños, pero sueños asociados a otros pasajeros. No sólo mi alma está pegada a la ciudad.
Son las siete y hay que levantarse. Mientras me ducho, suena el teléfono. Una amiga me pregunta cuándo iré a Santiago. Le digo que allí estoy. Se alegra y me pide que la acompañe a alisarse el pelo en forma definitiva. Le digo que si. Pienso que se trata de un grito de auxilio vestido de vanalidad.
Camino hasta el Palacio de los Tribunales. Me anoto para alegar un recurso de protección. Mientras aguardo el anuncio de las causas que se verán durante la mañana, bebo agua mineral en “El Nacional”.
Una de las trabajadoras comenta las noticias y propone matar a todos los delincuentes, eliminarlos con dolor, freirlos en aceite. Luego aborda la situación política. Dice que ganará Piñera, aunque es un cínico.
Pienso cómo habrá llegado a formar su odio por los delincuentes. Cuándo habrá dejado de verlos como humanos?. Qué la ha llevado a formarse una opinión tan violenta?.
Regreso a la Corte. Miro a las decenas de mujeres y hombres que aguardan para alegar sus causas. Pienso que sería interesante un cuadro sobre este tema. Como de costumbre, mi causa no se ve. Aprovecho el tiempo recorriendo los laberintos del antiguo edificio. Me sigue doliendo la espalda.
Poco antes de las diez de la mañana me marcho hacia el Tribunal de Familia. Novedades en mi causa. La contraparte está con pie de guerra y tiene razón. Pactamos una mediación y vamos todos a compartir una mesa de café.
Cielos. Mi demandada, una mujer que sufre cáncer y está sorda, me habla de una causa antigua. Me recuerda los trucos que usé para ganar el juicio. Me da vergüenza.
Pienso que es 8 de enero. Cumpleaños de Manuel y de mi hermano muerto al nacer. Decido defender mejores causas en lo sucesivo.
Llamo a mi amiga. En definitiva no viajará porque su perrita regalona ha sido atropellada.
Regreso a mi ciudad. Isidora sigue hermosa y sonriente. Mi padre nos visita. Me siento feliz en el hogar.
Fotografía de Roberto Antezana.
Nota.- La perrita sobrevivió y tiene una pierna enyesada.
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3 comentarios:
vaya crónica!!!
Isidora alegra cualquier mañana, media tarde, tarde, o noche
es exquisita
se puede decidir por mejores causas en la abogacía??
saludos amigo
Santiago a todos nos da sueño
¡Qué hermosura!
besos
¡Ahí es nada!
A mi eso de que a veces los rincones del barrio me hablan también me pasa, demasiadas veces.
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