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Anita, me resulta algo extraño escribirte a tu nuevo país.
Lo hago porque necesito agradecerte por las llaves que me dejaste para un nuevo tiempo, para una dulce alegría.
Es fuerte pensar que nuestra pequeña amistad de poesía, café y tarot haya servido de pie para que Isidora comparta nuestras almas.
Oye, varias veces he tomado conciencia de sincronismos y he sentido energías que he asociado a tu fuerza, tu espíritu, tus consejos,tu voluntad que trasciende.
Recuerdas cuando las cartas hablaron de tus hijos?. Aparecieron los tres. La magia de nuestra luz interior los describió a cada uno de ellos sobre el escritorio de tu oficina de Calle Melgarejo, allí donde antes estuvo Neruda y su Club de La Bota.
Me dijiste que de tu hija nada te preocupaba, que ella siempre saldría adelante.
Hablamos de tu familia, de sus secretos, de sus problemas.
Años después, conversando de un amor tormentoso, sentiste que tu hija podría unirse a ese poema.
En medio del torbellino de aquellos días, esa sugerencia quedó inscrita en mis deseos.
Luego, durante cinco años estuve triste. Ni siquiera me enteré a tiempo de tu muerte.
Amla, la encargada de mi curación, culminó su tarea llevándome a caminar sobre el fuego
y presentándome a tu hija.
El círculo se cerró, tu luz brilla ahora en los ojos de Isidora.
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