Ximena, Edelmira y
yo.
Mesa de madera cuadrada.
Tetera hecha de plata.
Niña rubia sobre la alfombra.
Otra alma creciendo en Ximena.
Carlos lleva semanas en Santiago
alumbrando con su ingenio las academias
pagando con distancia su ambición
dejando el hogar a su esposa,
quedando
liviano de hijos y de consuelos.
Ximena protesta con palabras
y sus ojos derraman una pena de acero.
Aceptó vivir para los suyos
y ahora ha perdido sus fuerzas
hundida en sus promesas
cansada de ceder
herir sus alas
olvidar sus sueños.
Ellas reclaman intimidad
y comienzo a zigzaguear por Valparaíso
aliviado por el sol
y los colores celestes
de esta cámara secreta.
Cerca del Congreso
hay tres abogados
aún vestidos de
invierno
bigotes cuidados con esmero
corbatas azules
rostros morenos
reclamando derechos confusos
enhebrando pequeños detalles
apenas inquietando al aire
y el caminar tranquilo
de las palomas.
El tercero en hablar
es lejánamente conocido
por mis recuerdos
hábil en lides del Foro
usuario de antiguas gominas
hombre con puntas en su mostacho
curvas que giran hacia el cielo.
En las gradas del Palacio.
Larraín. Ministro de Economía
improvisa una conferencia
busca desmentir la
tercera denuncia.
Lleva un traje de cotelé café
profusamente manchado
sobre un enorme bolsillo derecho
contrastando
con la claridad de su verbo
sobre aquel asunto de herencia
cotidiana muerte
Anciana mujer del Sur.
Quedo intrigado por el asunto
y busco a los tres colegas
en los bares del puerto
acercándome por hechizo
a mi propia casa.
Cerca de mi puerta
me detiene un
filósofo mapuche
y me invita a un pequeño paseo
entre calles que mudan
desde Recreo al Cerro Concepción.
Nos provoca la madera
de un edificio
pérdida total de superficies
obra de hombres lijando.
Tras los cristales de las puertas
aparece un lugar elegante
barra de lingue y bronce
lámparas enormes
gente vestida de blanco
un espíritu alto que nos recibe.
Se trata de un lugar Pontificio
experimento pedagógico
comunidad bíblica
vida al estilo de Jesús.
De pronto llega una porteña
pelo rojo – mujer nueva
pañuelos en su cuello
me trata como un viejo amigo
me sorprende al decir:
“veo que se encuentra reunida
toda la cámara del medio”.
El asunto se torna sospechoso
y salgo, casi despierto,
pero sigo soñando
y un espíritu sin luz busca tragarme
avanza en el control de mi cuerpo
y dudo entre despertar
o dejarme llevar por el monstruo
otro señor de mi mente.
Al final despierto.