Tras abrazar a los niños que se acercaron por intuición
noté que alguien se acercaba corriendo
Era un hombre joven, que al llegar,
doblando la rodilla, preguntó:
“Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”
A lo que respondí: “¿Por qué me llamas bueno?
Nadie es bueno, sino sólo
Dios.
Tú conoces los mandamientos:
No mates, no cometas adulterio,
no
robes, no des falso testimonio,
no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”;
y él le respondió: “Maestro, he cumplido todo esto desde mi juventud.”
Entonces, lo miré con amor y le dije:
“Una cosa te queda:
anda, vende
todo lo que posees y dalo a los pobres,
y tendrás un tesoro en el cielo;
después,
vuelve, y sígueme, llevando la cruz.”
Al oír estas palabras, el muchacho se entristeció,
y se
fue apenado, porque tenía muchos bienes,
muchas piedras le ataban a los suelos
y su espíritu, lleno de ímpetu,
aún no lograba elevarse.