Como típica giganta,
Stella guarda la mirada
de quienes se aprontan a morir,
hila los recuerdos de sus madres,
memoriza otoños,
encierra sus inviernos
en altas maletas de acero.
Toma su nombre de víbora
y lo divide en soles de sangre
seres alimentados de esperanto
agua transformada en catedrales
grandes estómagos de piedra
elfos enamorados de su pena.
Viaja en signos y papeles
elige hogueras de plata
conduce el poema de la noche
habla en el afán de sus cigarros
en cometas
vihuelas
venerables hojas
de aquel horizonte perdido.
Este texto conversa con Stella Díaz Varín en:
BREVE HISTORIA DE MI VIDA
Comando soldados.
Y les he dicho acerca del peligro
de esconder las armas
bajo las ojeras.
Ellos no están de acuerdo.
Y como están todo el tiempo discutiendo
siempre traen perdida la batalla.
Uno ya no puede valerse de nadie.
Yo no puedo estar en todo;
para eso pago cada gota de sangre
que se derrama en el infierno.
En el invierno, debo dedicarme
a oxidar uno que otro sepulcro.
Y en primavera, construyo diques
destinados a los naufragios.
Así es, en fin...
Las cuatro estaciones del año
no me contemplan, sino trabajando.
Enhebro agujas
para que las viudas jóvenes
cierren los ojos de sus maridos,
y desperdicio minutos, atisbando
a la entrada de una flor de espliego
de una simple abeja,
para separarla en dos,
y verla desplazarse:
la cabeza hacia el sur
y el abdomen hacia la cordillera.
Así es
como el día de Pascua de Resurrección
me encuentra fatigada,
y sin la sombra habitual
que nos hace tan humanos
al decir de la gente.
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