Ascensor Espíritu Santo www.valparaisochile.cl
Valparaíso ha quedado sin ascensores.
No importa. Cosas peores han ocurrido.
Hay niños muriendo de amor por los volantines.
Suzarte y El Gitano están atrapados en las escaleras.
Enredaderas y flores han huido de las quebradas.
Falta Emilio Contardo disparando desde su alegría.
Su alma tendida en el lodo del Estero Delicias.
Valparaíso ha quedado sin ascensores
y nos faltan las olas en la Plaza Victoria,
los hierros modernistas del Mercado Puerto,
las mañanas alegres del Café Vienés,
las galletas crujientes de Hucke,
los pequeños botes cruzando la bahía,
la Biblioteca Infantil del Parque Italia,
las multitudes en Avenida Pedro Montt,
la esperanza en la Plaza del Pueblo.
Nos falta el Hospital de Aldo Francia,
la suelería Cóndor,
la hendidura en la cueva del Chivato,
la tempestad en los bordes del agua,
el palmar que existía en los cerros,
los baños populares en Barón,
la concurrida Playa de Jaime.
Valparaíso ha quedado sin ascensores
y en esos hierros se oxida tanta dicha,
se extinguen los carros que observan las casas,
aquellos hundidos bajo el cemento de Baquedano,
los que aman el duraznal del Cerro Lecheros,
las elevadas certezas de Cordillera,
fantasmas llegando al Paseo Atkinson,
corriendo entre las hierbas salvajes de Florida,
entre las rocas heridas del profundo Polanco,
sobre la sagrada ausencia del Espíritu Santo.
Máquinas elevadas hasta el cielo,
ingenios que nos vuelven nube,
grito de árboles,
hermanos de la montaña,
seres inmersos en la bahía.
Las primeras cuatro líneas de este poema crecieron en mis sueños de esta noche.
Los botes aún cruzan la bahía, pero están amenazados de extinción.