La niña
habla con su padre en la estación,
las máquinas respiran el fuego
y empujan el mundo hacia el sur,
llenando de vapor las mañanas,
moviendo la antigua esperanza.
En la escuela,
sus ojos buscan los libros,
caminan en cada palabra,
como si su alma pudiera desprenderse,
descender en letras y verbos,
existir en otros tiempos,
crecer en otros cuerpos,
definir otra magia y otro sueño.
Como brilla tu aurora en los campos,
mientras vuelcas tu sol en el mundo,
escuchas un relato sin dioses,
emprendes los ritos del hambre,
vuelas como un himno de furia,
caes en la noche y la nieve,
un extenso país en las nubes,
otras aulas, otros hierros,
otra puerta en la historia.
Y sin embargo, retornas,
buscas razón en el lodo,
música entre almas heridas,
labios formados de piedra,
extensas fronteras de olvido.
Regresas y cambias,
pasas de la tinta a las formas,
indagas la pura mirada,
el escorzo,
los viejos buriles,
las almas que gritan colores,
el peso del cielo en los rostros.
Aquí estás y no estás,
insistente en días perdidos,
simple de cariños,
limpia de agua y de vida.
Aquí abrazas y creces,
dejas lo pequeño y lo sucio,
derribas antiguas paredes,
liberas lo nuevo y lo eterno.
Aquí te pintas de verde,
inventas un río de fuerza,
reclamas la luz de la lluvia,
recoges al sol en tu cuerpo.
Poema dedicado a Myriam Parra, quien aparece en la imagen junto a la admirable Roser Bru en su Galería "Casa Verde", de Recreo.
La foto proviene del Facebook de Myriam.