colorida en plena luna llena.
excitando los deseos
desbordando los límites.
De pronto
Tántalo lleva al muchacho
excitado por las danzas
y encuentros lascivos
hasta una amplia y circular cámara oscura
allí donde ahora se hospedan los Dioses.
Justo a medianoche
Tántalo regresó de la sala prohibida
relatando haber sacrificado a su hijo
y que los Dioses han puesto fin para siembre
a tan horrible práctica
en reconocimiento a la virtud de Tántalo y su hijo
y en prueba del amor divino por aquel pueblo pacífico.
Agrega
-aprovechando una vieja herida de caza-
que sólo Demeter
ha probado un trozo de carne
y que Zeus ha ordenado a los sacerdotes
regresar a Pélope al plano de los vivos.
Alumbrados por antorchas
el gentío ve salir a los guardias
con fuentes llenas de carne
en las bandejas típica de un banquete.
Los aparentes restos de Pélope
son depositados en pública ceremonia
en un amplio caldero de hierro
ubicado en el atrio del templo
lleno con agua de la fuente sagrada
y alimentado con esencias secretas
sacadas del Océano.
Al mediodía
cuando el agua ha dejado de hervir
el muchacho emerge de su muerte
y el pueblo muda su silencio
por cantos de alabanza a los dioses
maravillosamente guiados
por un coro de sacerdotes.
Años de abundancia prosiguen
los Lidios no se resignan a los nuevos tributos
y aparecen rebeliones ahogadas en sangre.
Todo empeora al escasear las lluvias
y se desmorona con la última erupción del Sípilo
que mata a Tántalo y destruye su palacio
con rocas lanzadas desde el cráter
y terribles crecidas de los ríos.
Así concluye la edad de oro en Lidia
el antiguo tiempo de la abundancia.
Los nuevos gobernantes culparon a Tántalo
de aquella devastadora tragedia
y atribuyeron su muerte a la ira de Zéus.
Le reprocharon haber ofendido a los Dioses
buscando engañar a sus huéspedes sagrados
para hacerlos probar la carne humana rechazada.
Lo acusaron, desagradecidos,
de haber hurtado en el Olimpo
los secretos del campo;
divulgar entre mortales
el arte de criar abejas;
repartir licores
que sólo beben los dioses,
alucinógenos fantásticos
disueltos en miel y vino.
Pronto difundieron
que fue visto en el Tártaro
antiguo plano de los muertos.
Allí estaba siempre a punto de ahogarse
y estirando inútilmente sus manos
hasta un árbol cargado de frutas,
mientras una gran piedra en el cielo
apuntaba eternamente a su cabeza.
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