25 de febrero de 2018

Rumi



Rumi ha tejido nuestra alfombra.
Paraíso que borda mi madre.
Hojas y luces  de nuestros libros.
Limón y te junto al mar.

En el jardín giran sus poemas.
Habla en el aroma dulzón de la higuera.
Sube y retorna su turbante.
Lo uno se derrama y regresa.

En mi copa reconozco su paso.
Su reino en todos los reinos.
El poder de su danza.
Boca de Eva en mi boca.



Este texto conversa con Runi en:


¿Qué puedo hacer, oh creyentes?, pues no me reconozoo a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán.
No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán.
Mi lugar es el sinlugar, mi señal es la sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida;
no tengo otra cosa que hacer más que el jolgorio y la jarana.



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