Mediodía en Madrid. Sector de Entrevías. Barrio de Vallecas. Mayo 11 de 2014. La palabra libertad alumbra la fachada del sencillo edificio en que funciona la Comunidad Parroquial San Carlos de Borromeo. Es un domingo de sol.
En silencio observamos el ensayo de una obra teatral. Es la historia de la Comunidad. Sus conflictos con el Obispo por permitir que la gente hable durante el rito, emplear pan común, tener un cura que no se distingue por su vestimenta.
Termina el ensayo y compartimos cervezas con los actores bajo un Olivo que regala su sombra al extenso patio. Algunos se representan a sí mismos en la obra. Conversan de sus días y de la muerte, la vida como un trámite, una de tantas gestiones perdidas en este Laberinto. Otros replican que en la vida hay una fuente de amor y una gran opotunidad de dicha.
Los relojes dan la una y nos acercamos al mismo salón de la obra. Javi, un cura moreno, elevado sobre la mitad de su vida, preside el rito. Está dando cuenta de las contingencias de la comunidad. La situación de personas albergadas en su propia casa, seres que enferman y mueren en sus brazos, sobrevivientes de la calle, veteranos del dolor.
Me han dicho que puedo participar, pues todo ser humano es bienvenido, abrazado, tratado como un Dios, tal como cantan, exhuberantes de dignidad y alegría.
Llegan entonces los excluidos, aquellos que luchan contra sus adicciones, migrantes, damas de alcurnia con ojos de virtud, niños sin hogar, peregrinos solidarios, discapacitados, anarquistas, personas de fe islámica, sacerdotes jesuitas, espíritus de todas las índoles.
La ceremonia prosigue con la Lectura de la parábola del Buen Pastor ubicada en el Evangelio de Juan. Muy prepotente el tono de Jesús, afirman varias de las damas concurrentes, incluida la lectora del texto. Otra sabia femenina, de avanzada edad y pequeña estatura, va más allá y expresa que habría que eliminar gran parte de los evangelios por sus expresiones ajenas al amor.
Mi guía, Fabián Murciano Gómez, destaca la alusión de Jesús a los pastores que se aprovechan de su rebaño e identifica a Jesús con el Amor. Este peregrino, maravilloso renunciante a los bienes materiales, me presentó ante la comunidad como poeta chileno.
"Puede hablar Señor Poeta" expresó amablemente el Sacerdote. Partí por identificarme como no cristiano y a coro, muchos respondieron, "aquí eso no importa”. Abordé entonces la parábola, ligando su texto con la conexión que dice tener Juan con Jesús al afirmar que se recostaba sobre el corazón del Nazareno.
Sostuve que la expresión “Yo soy la puerta” implica tener confianza en el amor que irradia el ejemplo de Jesús. Cerré mi exposición destacando que el Pastor de la Parábola se ocupa también de las ovejas que no pertenecen a su redil y valoré ese pasaje por su fuerza ecuménica.
Prosiguió la conversación. Un acerdote Jesuita recordó que el Evangelio de Juan es el de los “Yo soy”, yo soy la puerta, yo soy la sal del mundo, yo soy la verdad y la vida, yo soy el camino, yo soy la resurrección, entre otras afirmaciones. Agregó que son expesiones acendradas en la tradición hebrea. Cerró su exposición apuntando que más allá de todos esos perfiles, Jesús es Dios.
Un segundo sacerdote conectó la parábola del Buen Pastor con la dedicada a la oveja perdida, expresando que Jesús no es prepotente con sus ovejas, sino que tiene una preocupación especial por los seres que están en dificultades.
Una dama, la coreógrafa de la obra teatral, levantó su mano para dar testimonio de la paz que le entregan las palabras de Jesús y las heridas que dejó la heroína en su brazo fueron signos evidentes de su propia resurrección.
Concluido el debate, el Sacerdote nos invitó a celebrar la fraternidad, compartiendo el pan y el vino que nos esperaban sobre una sencilla mesa.
“Yo te nombro, libertad” de Gian Franco Pagliaro, comenzó a cantar nuestra gente. Fue entonces que comencé a llorar. Sentí plena armonía entre el rito y las prácticas de la comunidad. Sentí que aquellas personas habían alcanzado el nivel de hermandad celebrado por Beethoven en su Sinfonía Coral. Sentí que todas las exclusiones que viví como niño agnóstico en Colegio Católico eran superadas por esta experiencia espiritual de reconciliación.
Sentí que no estaba en la Iglesia de la Discriminación y la verdad aboluta, aquella que abusó de Galileo, llevó la hoguera a los diferentes y silenció a los Reyes Magos.
Varios minutos me costó recuperarme de tanta emoción. Lo justo para participar en el cierre de la ceremonia. Todos tomados de las manos, algo muy parecido, al círculo de unión que formamos los masones.
Mas tarde, alguien me preguntó como somos los masones y le dije que somos como la Parroquia de Borromeo, sólo que no tan perfectamente integrados a nuestros prójimos.
En algún momento, el "Padre Nuestro", la profunda oración hebrea que alguna vez Ramiro de la Calle nos reveló en clave de iluminación espiritual.
Tras la ceremonia, Javi invitó a defender casas de emergencia amenazadas de demolición, marchar en la conmemoración de los bombazos en Atocha y participar en un festival de hip hop.
Dejé un ejemplar de “Iniciación y Poesía” en las manos de Javi, quien me preguntó si “vivo de la poesía”. Le respondo con seguridad que efectivamente vivo de la poesía.
Antes de partir tuve la oportunidad de abrazar a decenas de los presentes, recibir su cariño y su calor de humana ternura.
Muchos se quedaron a almorzar en comunidad, como es usual entre hermanos.
Quedé impactado y conmovido. Por ello, dejaré de poner el acento en Crecer sin Dios, ahora prefiero Crecer en Unión, abrazado a creyentes y no creyentes.
Así que acabo de mudar de nombre a este blog.
Recreo, Mayo 12 de 2014.
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1 comentario:
Hola, Gonzalo. Soy Paco, el autor de la obra que se ensayaba esa mañana de domingo en San Carlos. Yo estuve allí una mañana, también de domingo, y tuve la misma sensación que tú: nuestro proverbial ateísmo comulga con todo lo que allí sucede; diría, incluso, que se reencuentra con sus raíces.
Un abrazo.
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