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Vamos caminando por el bosque,
siento las conversaciones de los pájaros
el crepitar de las ramas,
el aroma de la tierra,
los silenciosos rayos del sol.
El arroyo cumple su persistente trabajo
mientras converso con mi hija
sobre el peligroso litre
el rastro de los conejos
y un asteroide negro
que encontramos en San Pedro,
al otro lado de los cerros de Olmué.
Hablamos sobre el maqui,
las moras de los esteros,
las vertientes, la pequeña
selva de las quebradas
en que nace el agua.
Hablamos de los boldos,
los espinos, los colihues,
el quillay, los bellotos,
las risueñas palmas,
los sombríos sauces,
las flores de los cactus,
las pequeñas serpientes
que abundan entre las plantas.
Luego le cuento que
mi abuelo Bladimiro me enseñó aquel
bosque, porque su padre
le había llevado a la montaña,
antes de que existieran los automóviles,
los aviones, el reino
de las máquinas y las cocinas a gas.
Hablamos largamente
hasta que llegó un lagarto
a mirarnos a los ojos
y huimos cerro abajo
hacia el punto en que reina
el moscardón.
La imagen es de Abundantia y proviene de pixdaus
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