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Mientras la abrazaba,
sentía que pasábamos a otro estado,
mudábamos nuestra habitación de hotel
por una estación del metro.
Era incómodo besarla
y sentir el bullicio del público,
los comentarios,
los ojos de caminantes
y desempleados.
Etre besos, ella conversaba con una muchacha
que tuvo seis hijos con un hombre de Dios;
todo mientras las cajeras aplaudían
y los guardias corrían premunidos de sus radios.
Tanto público me incomodaba,
me hacía retroceder,
refugiarme en nuestro hotel de parejas,
cambiar el fuego por la calma,
por los gemidos de la noche,
los murmullos tras la puerta,
la nueva luna en la ventana.
Muchas veces fui y regresé
hasta embriagarme,
perder todo pudor,
abandonarme a las multitudes,
al placer de las vitrinas,
el frenesí de las miradas,
el ir y crecer del deseo
entre tu cuerpo y mi alma.
La fotografía es de Markus Hartel.
1 comentario:
Siempre es bueno pasar de las multitudes, de las miradas indiscretas y más para temas de pareja.
Buen texto.
Saludos.
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