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El cabo Gómez dormitaba
cuando los saltos de su taza de café
y la caída de una carpeta
lo despertaron a la tragedia,
pronto se incorporó toda la guardia
y comenzó a cumplirse el plan.
Entre postes y paredes,
la camioneta verde y sus megáfonos
precedían a la muerte,
había que escapar con lo puesto,
rápido y con calma,
subir el cerro,
que ya viene el mar.
Gómez recogió a dos niños
que deambulaban a pie pelado,
la intensa luna amarilla
indicaba los senderos.
Jiménez y Urzúa,
prendieron sus linternas
y alejaron de su mente
la imagen de sus familias,
cientos de vecinos comenzarían a llegar
a la posta del alto,
desnudos, sangrantes, aplastados.
Martínez, el joven médico de turno,
respiró hondo y recordó a todos:
los que pueden esperar que esperen,
los que van a morir que lo hagan,
concentrarse en lo urgente y lo eficaz.
Todo el mundo a sus puestos,
la ola está a punto de llegar.
En la imagen, obra de Feininger.
2 comentarios:
Pone los pelos de punta este escrito Gonzalo.
Un beso
Maravillosamente conmovedor. Cuánta precisión para una tragedia. Un abrazo muy fuerte.
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