Anoche vimos Espartaco, junto a Isidora y AB. Fue un extraño regalo del cable en el día internacional de la mujer.
Lejos de una típica película de romanos, limitada al campo de la entretención, la obra dirigida por Stanley Kubrick en 1961, está llena de dilemas éticos, de historia, de reflexiones sobre el espectáculo y, sobre todo, de agudas consideraciones políticas.
Indagando un poco más, aprendí que se basa en la novela escrita desde la cárcel por Howard Melvin Fast, mientras cumplía condena por negarse a entregar los nombres de sus colaboradores en el Comité de Ayuda para Refugiados Antifacistas.
El adaptador fue Dalton Trumbo, también inscrito en las listas negras por su ideario político.
Se dice que la película pudo salir adelante gracias al impulso, el prestigio y el coraje de Kirk Douglas. Pese a ello varias secuencias fueron censuradas por su violencia y por sus referencias al erotismo homosexual.
La experiencia de ver la campaña de Espartaco, me hizo recordar la Larga Marcha que estuvo en el origen de la Revolución China. También ví el surgimiento del fascismo y una descripción de las virtudes libertarias y los vicios de corrupción de la República Romana.
La revolución que fracasa es siempre más romántica, no cae en abusos, no se corrompe, no se transforma en una tiranía de cincuenta años. Por eso, siempre tendremos a Espartaco, a Bartok, a nuestro propio Presidente de anteojos negros.