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Bendigo los días de sol,
las almohadas de tu cama,
el mar de orejas blancas,
la brisa que insiste en
besar tu cuerpo.
Bendigo las mañanas
en que tu piel aprende
de la tierra,
los pequeños peces que te miran,
los obispos que rezan por tu alegría,
el color celeste adherido a tu belleza.
Bendigo la música
que danza por tu vientre hasta nuestra hija,
el abecedario de los volantines,
la gripe de las hadas,
los baldes de agua sobre tu risa.
Bendigo el vino blanco en nuestra mesa,
los camarones cantando en sus barricadas de arcilla,
las ensaladas rojas y verdes,
los postres buscando el punto G de la dulzura.
Bendigo las olas que recitan al atardecer,
las estrellas que copian tu mirada,
el pan amasado,
las razones que busco para volver.
Para A.B. (Rumbo a Maitencillo)