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La tierra late. Mis pies, que para los mapuches son los ojos del alma, vuelven a conectarse con el suelo vegetal. Mi piel recuerda los juegos en el barro. El cuerpo cubierto por la tierra. El largo rato de manguerazos que permiten descubrir el cuerpo.
El bosque está compuesto por pellines, canelos, manzanos y decenas de otros árboles que mi lenguaje de ciudad no alcanza a nombrar.
El Río Pangue persiste en su fuerza eléctrica y mágica. El volcán, descabezado y engalanado por la nieve, nos mira con el orgullo de un príncipe ancestral.
Como una lagartija de corazón verde, voy por el río robando la energía de las rocas, extrayendo su calor milenario, alimentándome de cielo y de luz.
Justo en medio del agua poderosa y veloz, me entretengo conversando con los musgos, los visito en aquella zona fronteriza entre el caudal torrentoso y el aire. Ellos me hablan de la pureza, de la humildad, de la sencillez.
De pronto, noto que he descendido más allá del punto de retorno. El río me ha tomado prisionero. Me dejo caer. Sin miedo. Entro de cabeza. De inmediato llevo mis piernas hacia delante. Son sólo unos segundos en que el agua, la vida y la muerte me abrazan.
Llego a otra roca, como en una película, justo antes de la catarata.
Un tábano- uno de verdad- antiguo aguijoneador del pensamiento- me exige reflexionar. ¡ Que torpeza, la de jugar con el río milenario y salvaje!;¡ Que atracción maravillosa la del agua, veloz, transparente, limpia!
Treinta personas hemos llegado al Alto Bio Bio, al interior de la ciudad de “Los Ángeles”, más allá del alcance de los teléfonos inalámbricos. Desde hace seis años que
Annette y Andrés organizan encuentros en la primera luna llena de febrero.
Se practica yoga al amanecer; se canta en la forma en que los hacían los mapuches y africanos; se danza; se reúne a la tribu en torno al vapor y la oscuridad del temascal; se juega con símbolos e imágenes; se prepara el espíritu para caminar sobre el fuego.
Y, los más importante, las almas se abrazan en el bosque, al tiempo de armar una carpa, cobijarse del frío, nadar, cantar, buscar un sendero, compartir la frugal comida vegetariana cocinada a leña, esperar los baños bajo los efectos del pan artesanal o simplemente, compartir un mate.
Se que Elaine, Susana, Mónica,
Pilar - que me protegió en la oscuridad- María José, María Elena, María, Yuyito, mi prima Flavia y muchos más, ocuparán un lugar en el bosque extendido y universal de nuestras almas. (En muchos sentidos, la experiencia en el Alto Bio Bio es próxima a la que describe Italo Calvino en
El barón rampante)
Amla, mi profesora de yoga, con su dulce insistencia, fue la encargada de introducirme a ese mundo extraño y omnipresente. Marcia y
Pao, se encargaron de transportarme y de surtirme de materiales para acampar.
Jamás se me pasó por la cabeza, practicar el barbarismo de caminar sobre las brasas. ¡Pero la curiosidad es muy fuerte en mí!.
De pronto, el rito había comenzado. El río se ocupó de limpiar nuestros cuerpos desnudos. Todos – salvo mis shorts naranjas- estábamos vestidos de blanco.
Las mujeres parecían novias o deidades griegas. Las cabelleras arregladas con flores, los ojos iluminados por las estrellas.
La chamana, con su energía desbordante y solemne comenzó a batir su tambor por un largo rato, acompañando la transformación de los leños en brasas.
Las llamas cubren el centro de la planicie delimitada como espacio sagrado. Las personas, convertidas en comunidad, corremos, danzamos, gritamos y seguimos la música de la maga.
El portal se abre cuando la chamana pasa entre las brasas y se cierra cuando transita por segunda vez entre aquellos ocho metros de fuego.
Son unos cinco minutos en que las personas corren o caminan - como Elaine Valencia - entre los pequeños trozos de madera llameante.
Mi mente se mantiene trabajando. Dicen que Buda reprobó estos rituales peligrosos. Esta cuasi flagelación es lo más próximo que he estado del Opus Dei. ¡Qué diría mi admirado Voltaire!
Sin embargo. No hay miedo. Hay especulación, mas no hay miedo.
En fin, la gente cruza entre el fuego y se ve dichosa. La experiencia que mis sentidos confirman y que la música impulsa, persuade a mi voluntad.
Me lanzo, vuelvo a pasar, lo hago por una tercera vez.
Se cierra el rito. La Chamana ha vuelto a cruzar. Los siete hombres de esta nueva tribu, sellamos la entrada con nuestros cuerpos.
La noche se llena de abrazos. Casi todos han pasado. Mi querida amiga Marcia es una de las pocas que no lo ha hecho. Poco importa. La energía ha vibrado en todas partes y nuestros cuerpos se han conmovido, sólo por el hecho de estar allí. Es como regresar a la unidad primordial, como retornar a un antiguo fuego.
Pero no todo ha resultado a la perfección. Pronto, decenas de pies buscan su reparación en el río. Hay muchas personas con pequeñas quemaduras en sus pies, personas que llevan sus heridas con alegría, con pocas quejas, rescatando enseñanzas de sus propios dolores.
Reviso mis pies. Están intactos, sin la más mínima herida.
De vuelta en nuestro pequeño condominio de carpas, la alegría sale a flote. Los límites de la pureza yoguística vegetariana son desbordados. (1) De sus escondites, surge el vino, los licores tropicales,
la música de Violeta - vecina de aquella misma tierra-, la poesía, la risa, el humo de los cigarros, incluso, un pequeño trozo de chorizo.
Han pasado tres noches y todavía no se borra la sonrisa de mi alma.
Lo digo con pena, porque al regresar ayer a Valparaíso, me enteré de que un extraño fuego mató a varias personas y arrasó edificios históricos que constituyen parte de nuestra alma comunitaria.
Lo digo con pena, porque ayer supe de la desaparición, desde la tarde del sábado - después del incendio- de mi amiga y profesora de teatro Ximena Núñez.
Su pareja y su familia están deseperados.
Ximena NúñezPensando en Ximena y en todas las buenas almas que trabajan para construir la justicia y el amor, les dejo el poema que escribí para Marcia en 1994, justo después de impregnarme del fuego de la
Fraternidad.
Una nueva hermana.
El viento de la cordillera,
la luna y el ruido de las olas
me trajeron una nueva hermana,
hermosa como la palabra libertad,
cálida como un beso,
mágica como el color azul
y fuerte como toda mujer.
"Luz Azzul", Valparaíso, 1994.
Nota. Hoy por la tarde, Ximena ha dado noticias de vida. Está sana y a salvo en casa de su madre.
La primera foto es de Mercedes Pimentel, escritora sanfelipeña.
El resto corresponden a la mirada de la fotógrafa Paola Claramunt.
(1) Los organizadores del encuentro me han pedido enfatizar que en el Festival del Alto Bio Bio, la idea es abstenerse del alcohol, el tabaco y las carnes.