
Todo el mundo sabe que me encanta la visión del monte Aconcagua desde Valparaíso.
Cuando me topo con ese panorama milenario, me invade una terrible sensación de fragilidad y corre por mi cuerpo el temor de que ese panorama maravilloso, nunca más se presentará ante mis ojos.
Profundizando en el tema, estimo que ello se explica por dos razones: la primera, por haber descubierto esa visión magnífica, sólo al llegar a la tercera década de mi vida; la segunda, y, más importante, radica en la precariedad de la felicidad y la agilidad con que el amor se rompe y se torna en hielo, distancia, infortunio.
Cuando miro el Aconcagua, pienso en Alma y y su delgada alegría azul sobre mi rostro.
1 comentario:
He estado poco en valparaíso, menos sé de sus vistas. Lo que comentas suena a dulce... es agradable visitarte.
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